Ocurrencias y modernidad. Túneles y glorietas

Dulce María Sauri Riancho

Como muchos meridanos, todos los días rodeo la fuente del cruce del Circuito Colonias con la Prolongación de Paseo de Montejo. Disfruto los cambios estacionales de su decorado, las flores de su jardinería y —hasta hace algunos años— los baños accidentales del vigoroso chorro de agua cuando el aire lo esparcía contra los vidrios o por las ventanas abiertas del coche.
En enero de este año, la glorieta se vistió de blanco para celebrar la declaratoria que hizo de Mérida la “Ciudad de la Paz”. Terminaron las fiestas y comenzó su reconstrucción con un costo que, según leí, ascendía a dos millones de pesos.

De pronto se hizo el anuncio de que en ese mismo punto se construiría el primer “paso deprimido” o túnel para agilizar el tránsito vehicular. ¿Qué pasó entre febrero y los últimos días de abril que llevó a la presidenta municipal a proponer una obra “de importancia estratégica”, destruyendo lo que todavía no se inauguraba?
El tránsito de autos no puede estar desvinculado de la red y del servicio de transporte público. Vialidad y transporte forman una misma unidad.
Tan es así que una de las “promesas” de campaña era realizar una profunda “reingeniería de tránsito”, que incluía modernizar el transporte y reducir a $2.50 las tarifas de los estudiantes.
Una y otra vez el actual gobierno del Estado se ha comprometido a presentar el nuevo programa de transporte público; una y otra vez ha incumplido.
Tal parece que en el ánimo de la alcaldesa pesaron más las conveniencias personales que las necesidades de la ciudad. Es más fácil hacer una obra “novedosa” que regular y mejorar la red de transporte de la ciudad. Es menos conflictivo construir un túnel que ordenar el tránsito; es más redituable económica y políticamente realizar una obra que se concluya antes de las postulaciones a las candidaturas de 2012 que elaborar y evaluar un programa de reingeniería vial.
Tres cuestiones relacionadas con la obra y con la decisión de las autoridades me preocupan profundamente.
Primero, la falta de memoria histórica de nuestras autoridades. Hace más de 50 años, en aras de la modernidad, se destruyeron antiguas casas coloniales del centro de la ciudad, que fueron sustituidas por edificios que respondían a los gustos de entonces. ¡Qué arrepentidos estamos ahora y qué feas nos resultan las expresiones de aquella modernidad! En esta ocasión estamos llegando tarde a la moda de los pasos “deprimidos”, como lo hacen saber voces informadas, con conocimiento y visión urbanística.
Segunda preocupación, el costo social de las “ocurrencias”.
En materia de obra pública se requiere un “mapa de ruta” que confiera coherencia a las acciones, más aún cuando una administración sólo puede realizar “partes” de ese proyecto integral. No parece que haya “mapa” en este particular caso: la obra no aparecía registrada en los planes oficiales; se pagará con dinero de un crédito solicitado originalmente para el Anillo de Circunvalación —esa sí, obra visionaria y necesaria— y si lo anterior no bastase para demostrar improvisación, el mismo Ayuntamiento remozó la glorieta que ahora tiene que desbaratar para excavar el túnel.
La tercera y enorme preocupación tiene que ver con la calidad de vida de la ciudad. Se trata de la preservación del medio ambiente, que implica árboles y su sombra; que significa la menor cantidad posible de superficies asfaltadas o de concreto. Pero también tiene que ver con las personas, vecinos próximos o no de esta obra, que verán transformado su entorno de una manera definitiva.
Gobernar es difícil por el conjunto de intereses aparentemente contrapuestos que es necesario conciliar. La sostenibilidad del desarrollo se basa en la participación ciudadana en la toma de decisiones. No sólo hay que escuchar: es necesario convencer o tener la disposición para rectificar, si los ciudadanos tienen razones y argumentos. Ignoro qué vaya a pasar con la obra del túnel de la fuente, si contra viento y marea se realice o si habrá una reconsideración. Podemos suponer que la obra se hará y que será inaugurada a tiempo para las postulaciones de candidatos, en marzo de 2012.

Imaginemos qué ocurriría entonces, si los cruces de Itzimná y de la avenida del Rogers se vieran congestionados y el crucero del Enlace colapsado por la sobrecarga vehicular. Todo esto en la cercanía de las elecciones del 1 de julio de 2012.
Mayor desasosiego produce imaginarse lo que ocurriría en 30 ó en 50 años, pero debiéramos hacerlo. No se vaya a lamentar entonces que no hubiéramos detenido el deterioro urbano y ambiental cuando aún se le podían dar nuevos horizontes a esta ciudad, a la que hemos visto crecer con un sello que la distingue, de la que nos sentimos tan orgullosos todos los yucatecos.— Mérida, Yucatán.

Entradas populares de este blog

2010: entre augurios y premoniciones

Yucatán: fortalezas, debilidades, amenazas, oportunidades

Vieja virtud: "Veo, oigo y ¿callo?