Yucatán, ¿mundo aparte?

Dulce María Sauri Riancho (Diario de Yucatán, 16 de septiembre de 2010)

En 1910 habían transcurrido 15 días del mes dedicado a la celebración del centenario de la Independencia nacional. "Al menos un evento significativo por día", ésa era la consigna. En la ciudad de México había iniciado el primero de septiembre con la inauguración del Manicomio General en terrenos de la ex hacienda La Castañeda; habría de concluir el día 30, con una concentración masiva en el Monumento a la Independencia y un desfile de mujeres.

¿Cuántos mexicanos habrán percibido, en ese septiembre de 1910 que el final del Porfiriato era inminente y que la fortaleza que el régimen proyectaba con las Fiestas del Centenario de la Independencia no correspondía a la realidad? Un par de meses después estalló la revolución en la fronteriza Ciudad Juárez y al cabo de seis meses Porfirio Díaz dejaba el país, convencido de que la chispa de la insurrección había alcanzado al pasto seco en las llanuras y en las montañas de México.

¿Cuántos españoles o novohispanos, enterados de un evento en el pequeño pueblo de Dolores, cuántos habrán sabido adelantar en 1810 y en 1811 que esa lucha de desarrapados encabezada por un cura rebelde culminaría con la formación de un nuevo país, independiente y soberano?

No sólo en Nueva España 1810 o en México 1910 hubo una ausencia de percepción de la sociedad sobre la magnitud de los cambios que se avecinaban. En otras latitudes y en otros tiempos más cercanos a los nuestros, en septiembre de 1979, sucedió en Irán. Tres meses antes de que estallara la crisis que concluyó con la caída del sah Mohammad Reza Pahlevi, un informe de la poderosa CIA norteamericana aseguraba que la presencia política del ayatola Ruhollah Khomeini era importante pero marginal, mientras que la fortaleza política del Sah garantizaba, por lo menos, diez años de tranquilidad y bonanza. La revolución islámica se impuso.

Vale la pena hacernos estas preguntas y reflexionar sobre la realidad que se vive en México, una vez cumplido el primer plazo de las conmemoraciones centenarias.

El México que despierta después de la noche del Grito, ¿podrá superar la violencia y la inseguridad que mantiene desgarrada a la nación? ¿Cómo vamos a romper el círculo vicioso de la inacción y de la degradación política que atenaza a nuestras instituciones y envuelve la vida pública?

No quiero ser catastrofista ni, menos aún, sumarme a la "ola de miedo" que avanza en el país y entre diversos sectores sociales, pero no podemos cegarnos a la realidad que enfrentan las familias mexicanas cada día. No vale, tampoco, el argumento banal y evasivo de las autoridades que señalan que la inseguridad es algo ajeno a Yucatán o que en nuestro estado no se vive la crisis económica con la intensidad de otras regiones de México. No somos un mundo aparte.

No hay que confundir las situaciones, que son pasajeras, con los procesos en los que, queramos o no, estamos inmersos. No viene al caso retomar el viejo debate de si en Yucatán hubo "Revolución Mexicana" o si en realidad Yucatán tomó parte activa de la lucha independentista. Referentes históricos y particularidades a un lado, el hecho incontrovertible es que Yucatán se hizo independiente con el resto de un territorio, al unísono con una o varias sociedades que dieron paso a una nueva nación.

Como en el resto del país

En Yucatán, como en todo el país, privan el desempleo y el empleo de mala calidad; nos asfixia el mismo modelo educativo; tenemos sobreabundancia de leyes, de reglamentos y procedimientos burocráticos; tenemos déficit de responsabilidad cívica y compromiso social. La corrupción es un cáncer que aflige a la sociedad en las esferas pública y privada; no nos gusta pagar impuestos y hemos convertido a la falta de rendición de cuentas de las autoridades en razón suficiente para no hacerlo. No nos faltan motivos para lamentarnos ni dejamos pasar oportunidad para hacerlo. Pero, la cuestión central, vital para el país, sigue abierta y sin respuesta: ¿cómo vamos a salir adelante sin sacrificar libertades y justas aspiraciones?

A los yucatecos y a los mexicanos nos hace falta definir una ruta de superación. No tenemos un proyecto común, ni como sociedad, ni como gobierno. Dominan las acciones aisladas, muchas veces sólo de pura fachada, en materia de inversiones, de productividad o competitividad; pero tampoco tenemos proyecto en el renglón educativo, para el deporte, el arte y la cultura. El medio ambiente y el agua tampoco aparecen como preocupaciones centrales de esta generación.

Ya dejamos pasar la conmemoración del bicentenario de la Independencia, ocasión que ni mandada hacer para revisar, definir y lanzar el Proyecto de Nación que queremos, con la mirada puesta en los próximos cien años. Hay una nueva, muy cercana, el centenario de la Revolución. Todo parece indicar que el 21 de noviembre también despertaremos con el amargo sabor que dejan las oportunidades perdidas, de la fecha simbólica, del país que se nos va. Sin embargo, nada es inevitable; todos podemos hacer algo para cambiar y darnos un nuevo rumbo.- Mérida, Yucatán

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