El tren bala y "Mi Stilo". Se vale soñar

Dulce María Sauri Riancho

Al gobierno del estado le restan un poco más de 26 meses de gestión. No es poco tiempo, si se mira en términos de las actividades cotidianas de la administración pública: dotar y mantener servicios de salud, educación, entre otros; ejecutar obras para el mejoramiento urbano y desarrollo de la infraestructura en pueblos y comunidades; atender las urgencias y necesidades de una población empobrecida. Sin embargo, desde la perspectiva de los grandes proyectos y realizaciones que marcan el paso de un gobierno, el reloj acorta inexorablemente el lapso para dar resultados; la mercadotecnia y la publicidad se vuelven insuficientes para explicar la postergación de las acciones comprometidas desde la campaña electoral.

Los grandes proyectos tienen en común que aspiran a transformar el rumbo de una sociedad, bien sea en lo económico, en sus condiciones materiales de vida o en la implantación de nuevas capacidades que permitan a las personas competir exitosamente en un mundo globalizado. Su característica común es el largo plazo que toma materializar sus efectos, relacionados, por ejemplo, con la introducción de un nuevo cultivo, como fue la citricultura en el sur del estado, o con un giro radical en la producción, como ha sucedido con la porcicultura y la avicultura, transformadas profundamente por la operación del puerto de altura de Progreso.

Estas acciones de gran envergadura y largo aliento, no se cocinan en horno de microondas. Demandan, por una parte, la capacidad política para generar la idea, impulsarla en las instancias de toma de decisión, sean públicas o privadas, para obtener el indispensable apoyo para emprenderlas. Requieren de especialistas y técnicos que elaboren los estudios de factibilidad; de la organización para arrancar la ejecución y, lo más delicado, de la capacidad para perseverar y sortear los obstáculos de toda índole que pueden surgir en el camino para, finalmente, culminar la parte material de la realización del proyecto. Más adelante viene la transformación de la cultura y de las prácticas económicas de las comunidades o para confiar, como hace 30 años se hizo, en el trabajo de los investigadores y la aportación que en el mediano plazo darían a la sociedad, como ha sucedido con el CICY (Centro de Investigación Científica de Yucatán), con el combate al amarillamiento letal de los cocoteros o el Cinvestav, a través del conocimiento y la protección de los humedales en Yucatán, por citar dos resultados de relevancia. Visión, paciencia y constancia, una combinación difícil de encontrar en la acción pública.

Dos son las iniciativas que podrían ser clasificadas como “grandes proyectos” que, a la vez, dominan la atención de la sociedad yucateca. Una, vinculada al transporte, la del “tren bala”, expuesta por la gobernadora durante su campaña electoral y vuelta compromiso de gobierno; la otra, la más reciente, relacionada con la industria del vestido: “Mi Stilo es Yucatán”, surgida al calor de la contienda de mayo y la polémica sobre la marca de ropa “Ibónica”.

La idea del “ex tren bala” —ahora rápido— ha sufrido el redimensionamiento de la realidad. Planteado inicialmente como un transporte de pasajeros entre Mérida y la Riviera Maya, pasando por Cancún, ha derivado hacia la propuesta de un transporte mixto de carga y pasajeros. El flujo de bienes hacia la dinámica zona norte de Quintana Roo se realiza principalmente por las carreteras, tanto la autopista de Mérida-Puerto Juárez como por la ruta Escárcega-Chetumal, para la carga procedente del centro del país. ¿Qué tipo de mercadería sería transportada por ferrocarril desde Progreso hacia Cancún o Punta Venado? ¿Por qué decidiría una persona o un grupo de turistas abordar un tren en vez de un confortable autobús, para ir a Chichén Itzá o a Mérida? ¿Por el precio del boleto o por la menor duración del viaje? ¿Qué pasó con la experiencia de rehabilitación del tramo de vía Mérida-Izamal con propósitos turísticos, realizada a mediados de los 90’s y abandonada después? El problema principal para la integración plena de Yucatán en la economía global, en condiciones de competencia y productividad se llama transporte: ferroviario y marítimo, en primer término.

¡Claro que hay interesados en la construcción de un tren, cualquiera que sea su apelativo! Son los vendedores de carros de ferrocarril, las empresas especializadas en tendido de vías, las agencias de financiamiento, entre otras. Hasta donde se sabe, la operación de la “serpiente blanca” no provoca el apetito de ninguna compañía, porque saben que las pérdidas serían de tal magnitud que sólo un gobierno —¿estatal?— podría enfrentarlas.

Rehabilitar el tramo Mérida-Valladolid para lograr que el tren se desplace al menos, a 60 kilómetros por hora, es un esfuerzo plausible de los gobiernos federal y estatal. Pero eso poco tiene qué ver con la transformación de la entidad, ni siquiera con el abasto de combustibles para la termoeléctrica, alimentada ahora por el gasoducto. Menos con el tren de pasajeros a la Riviera Maya, que además requeriría 160 kilómetros de nuevo tendido de vías.

Me pregunto si ese gran entusiasmo y energía de la gobernadora tendría mayores rendimientos si se concentrara en presionar al gobierno federal para resolver la mala situación del tramo ferroviario Mérida-Coatzacoalcos; si los sueños del tren bala se transformaran en el segundo viaducto del muelle del puerto de altura de Progreso, con su vía de ferrocarril.

El otro proyecto, que concierne a la industria del vestido, será tema de próxima entrega. Sólo adelanto un lamento: no se vale que los recursos y las capacidades gubernamentales, que debieran ser para auspiciar la competitividad industrial y la integración de la cadena textil-vestido en Yucatán, se pierdan en un mar de cuestionamientos sobre competencia desleal.

Se vale soñar. Pero los gobernantes son responsables de hacer realidad los sueños de sus gobernados. Aun a riesgo de sacrificar los propios.— Mérida, Yucatán

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