La cigarra y la hormiga: México toca púertas

Dulce María Sauri

"¿Qué hacías durante el verano? Le preguntó a la pedigüeña.

—Día y noche a quien me encontraba Le cantaba, no te disgustes.
—¿Le cantabas? Me alegro, pues bien, ¡baila ahora!”

Para mi Primera Comunión recibí un libro de regalo que habría de representarme una gran alegría: las Fábulas de Samaniego. De entre las muchas historias, una en especial me quedó muy grabada: la de la Cigarra y la Hormiga. La primera, prima del grillo, dedicaba el verano de Sol y abundancia de hierba, al canto y a la diversión, viviendo a plenitud el momento sin pensar que más tarde llegaría el invierno. La otra, la Hormiga, aprovechaba los largos días para trabajar más tiempo y almacenar alimentos que le permitieran sobrellevar la escasez de los días de frío. Cuando llegó la crudeza invernal, la Cigarra recurrió a la Hormiga para que le facilitase un poco de comida que mitigara su hambre y un refugio para resguardarse del frío. En Esopo, el autor original de esta fábula, la Hormiga reacciona con generosidad y comparte su alimento y calor con la Cigarra. Pero en Lafontaine y Samaniego, la Hormiga castiga la frivolidad y la falta de previsión de la Cigarra, negando a compartir aquello que había logrado reunir con esfuerzo previsor, dejándola a su suerte.


El largo ciclo de incremento de los precios del petróleo crudo se inició desde 1998, duró 10 años, con una pequeña caída en 2002. Unos años antes, en 1995, la factura sobre ingresos petroleros que México dio en garantía de un crédito de 50,000 millones de dólares fue el factor que le permitió al país iniciar su salida de la grave crisis económica que entonces enfrentaba.

El TLC con América del Norte permitió “despetrolizar” el comercio exterior pero, a cambio, las finanzas públicas —ingresos, presupuesto y gasto— crearon una feroz dependencia de las exportaciones de petróleo crudo hasta llegar al extremo que de cada peso que gasta el gobierno, 40 centavos provienen de su venta. Además, las estimaciones del precio del barril, que son la base del cálculo del Presupuesto de Egresos de la Federación, en esos 10 años de abundancia siempre quedaron por abajo del precio de venta en los mercados internacionales, ávidos del hidrocarburo y sus derivados. Ésos fueron los “excedentes” o “recursos extraordinarios” que, de acuerdo con el Auditor Superior de la Federación (ASF), sumaron 720,000 millones de pesos entre 2000 y 2006.

El verano cálido y abundante para las finanzas públicas benefició tanto al Gobierno Federal como a los gobiernos estatales y municipales, que vieron incrementadas sus participaciones muy por encima de los montos aprobados por sus congresos locales. Además, en los tres niveles de gobierno se podía hacer uso de esos recursos extraordinarios con casi nula vigilancia en cuanto su destino. Así, casi 75 centavos de cada peso se destinaron al gasto corriente y sólo 13 centavos se canalizaron a inversión física directa (la diferencia, 12 centavos, se destinó a la recompra de deuda externa).

Ante ese raudal de dólares, ¿para qué preocuparse seriamente por la reforma hacendaria? ¿Para qué insistir en la recaudación, que tantos dolores de cabeza causa a las autoridades; en combatir la evasión fiscal, si se puede gastar alegremente en programas que son como “fuegos artificiales” que brillan mucho pero se apagan en un instante? Otros países con pocos recursos petroleros decidieron reducir su dependencia de las importaciones de hidrocarburos y apostar a otras fuentes de energía, a mejorar su eficiencia energética y a desarrollar nuevas tecnologías ahorradoras. Otros más, grandes productores en Europa, como Noruega, invirtieron sus recursos extraordinarios en fondos de pensiones que aseguraran la vejez de sus habitantes y el mantenimiento de su calidad de vida cuando el petróleo se agotara. Las Hormigas del mundo trabajaron para aprovechar la abundancia.

Llegó el fin del estío con la crisis financiera de los Estados Unidos que muy pronto se transformó en crisis económica mundial. Los precios del petróleo cayeron bruscamente, la actividad económica y el comercio internacional se desaceleraron, cundió el desempleo en los sectores que hasta hace muy poco eran los más modernos y dinámicos, el dinero que mandaban los trabajadores mexicanos desde el extranjero se redujo en forma significativa.

México se enfrentó a esta nueva condición con reservas probadas de petróleo para sólo nueve años. El gobierno en sus tres niveles —federal, estatal, municipal— había desarrollado una especie de adicción a los excedentes petroleros, al dinero fácil para gastar y gozar. Había pasado el momento de invertir para el invierno, de prever para el futuro.

Ahora vienen los ajustes al gasto público, los recortes, el desempleo, la contracción de la economía. Como la Cigarra, México tiene que tocar la puerta de las hormigas que trabajaron en el verano y previeron el invierno.

Ojalá encontremos entre ellas a las generosas que, aunque censuren nuestro frívolo comportamiento, compartan sus reservas y nos apoyen para retomar el camino.— Mérida, Yucatán.

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