Dulce María Sauri en “Gritos y Susurros II”

Intervención de Dulce María Sauri en la presentación del libro “Gritos y Susurros II” de Denise Dresser.

Lunario; México, D.F. Junio 18 de 2009.


Soy parte de la generación política todavía educada para el susurro. Comenzar a hablar abiertamente de los problemas, arriesgarme a tomar posiciones, bajo el escrutinio público, correr el peligro de equivocarme, ha sido un largo y complejo proceso de reeducación política que me he impuesto.


Por eso incorporo un episodio más a este libro, parte de mi vida que escribí para engarzarla con la de 38 mujeres.


No fui candidata a diputada federal por mi partido. Eso no tendría nada de particular para la mayoría, puesto que fuimos varios miles que aspirábamos a ingresar a una Cámara en la que sólo caben 500.


Lo que hace a mi fallido intento algo singular son las razones –más bien el pretexto- esgrimidas para descalificarme: fueron las opiniones críticas de mi esposo, con quien he estado casada más de 37 años, sus escritos sobre el ejercicio del poder, en este caso de la Gobernadora de Yucatán, quien diciéndose agraviada, realizó un intenso y eficaz cabildeo donde habrían de tomarse las decisiones sobre las candidaturas.


Me tomó por sorpresa ser objeto de un abierto acto de discriminación de género. “¿Cómo va a ser ella diputada? Sería tanto como aceptar y validar las críticas que hace su marido hacia mi persona, hacia mi familia y hacia mi gobierno”, me parece escuchar en los ecos de su voz en las oficinas y en las reuniones de sus pares, los gobernadores. “¿Por qué no le dices que se calle, que deje de escribir siquiera mientras llegas a la candidatura?” me propusieron varios amigos.


No me extrañó la campaña de descalificaciones de la gobernadora de Yucatán. Difícilmente podría esperarse otra cosa de ella. Me sorprendió el juicio sumarísimo del que fui objeto, acusada de “portación de marido prohibido”, en la máxima instancia del partido que presidí en su etapa más difícil y que hoy también está dirigido por una mujer.


En la política de México todavía no es lo mismo ser mujer que ser hombre, ni se espera lo mismo de una pareja cuando quien hace política abierta y activa es la parte masculina, que cuando es la parte femenina.


De un hombre político se espera que sea casado, con una relación familiar estable o, por lo menos, que lo aparente; con hijos, una esposa comprensiva que apoye, “una gran mujer detrás de un gran hombre”. Incluso se aceptan de él “travesuras” y hasta el recambio de pareja cuando los milagros del foto shop ya no garantizan el voto switcher.


Por el contrario, a la desconfianza todavía no superada de las mujeres en posiciones de poder y de decisión se suman los cuestionamientos acerca de su vida personal, las exigencias de la vida pública que provocan relaciones rotas, separaciones y divorcios; los temores de comenzar una relación que luego demande renuncias a los propósitos trazados, a las metas planteadas.


No es casual que de las 6 mujeres que hemos alcanzado una gubernatura en el país, 4 sean mujeres solas, por viudez (2), divorcio o soltería y sólo 2 casadas, una de ellas –yo- por más de 20 años cuando ejercí el cargo y por añadidura madre de 3 hijos.


Sé que la convivencia de pareja es difícil de por sí. En el caso de las mujeres con una vida pública intensa lo es aún más. Sólo los hombres inteligentes, muy seguros de sí mismos lo aceptan y permanecen al lado –ni delante ni detrás- como ha sido con mi esposo. Cuestionado intermitentemente por ser el supuesto manipulador de mi voluntad, bajo sospecha ambos porque una y otra vez mis adversarios señalan que él toma las decisiones por mí, empujado a borrarse como persona que no puede ni siquiera encargarse del DIF, hemos sobrevivido casi 40 años, desde aquel lejano octubre de 1969 cuando nos conocimos.


La base ha sido el Respeto. Cito a Lidia Cacho “... del amor que sabe que cada cual tiene una vida propia y que se puede construir un espacio de ‘nosotros’…”.


Él, hombre de izquierda, casi, casi anarquista, está casado con quien ha sido Presidenta nacional y estatal del PRI; recibió descalificaciones, retiros de amistad y hasta del saludo de antiguos compañeros de lucha que no entendían cómo no podía impedir que su mujer tomara esa opción política.


Yo lo acompañé en sus 7 años de cárcel en Topo Chico; he convivido con él y con los cotilleos que provocan sus escritos, primero en los medios impresos y electrónicos que se le fueron paulatinamente cerrando, ahora en su blog y en las páginas Web, donde denuncia los excesos del poder – incluyendo los de los gobiernos de mi partido- y de los poderosos en turno.


“…Controla a tu marido; él te va a perjudicar…” No quiero ni puedo hacerlo. Sería tanto como desandar el camino de libertades que, juntos, nos propusimos recorrer el día que salió de prisión.

No creo que mi candidatura se haya descarrilado por las opiniones de mi marido. Ese fue el pretexto y la gobernadora de Yucatán, su operadora. Más bien han sido mis posiciones frente a los asuntos de relevancia nacional en materia de telecomunicaciones, radio y televisión, competencia y competitividad, energía, entre otros, los que me transformaron, junto con otros compañeros ausentes de las candidaturas, en un riesgo potencial que mi partido no quiso correr, ocupado como está en los acomodos del 2012.


Porque quiero contribuir a “…ensanchar el tamaño de la libertad de las mujeres…”, nuestro derecho a hacer política y a vivir intensamente una relación de pareja sin avasallar al otro; porque no quiero que mis valores y principios se vuelvan una carga ligera que se abandona para lograr una candidatura, porque creo que sólo hablando de lo que nos pasa podemos empezar a curarnos, desnudar los pretextos e ir a las verdaderas causas, es que hoy les cuento esta historia.

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